Era el quinto día del naufragio,
entre las sábanas estábamos
perdidos en tempestades de lujuria
yo buscaba una honda para derribar a Dios
para que cesara de caer esa lluvia insistente sobre los dos
era el día del hacha y de la rabia,
yo tenía en el pelo una orquídea amarilla y en la liga
el cuchillo del alba.
Era el quinto día de la muerte del sol,
yo buscaba una hormiga que en la almohada
fundó su campamento
y tú explorabas para encontrar las migas del amor
que atraían insectos a libar el licor de nuestros sexos,
ya éramos en la noche las sombras del averno,
el descenso sin retorno al abismo del tiempo,
que se ocultaba quieto entre las nubes,
como callado espectro
Era el quinto día del relámpago y del trueno,
una luz eléctrica proyectaba en la pared
nuestras sombras, que como un torpe gigante
hacía huir a los fantasmas,
llegaste con la pala de los días,
a abrir surcos en mi piel buscando el mineral
la precisa distancia entre los cuerpos,
la fruta madurada a costa de libarla.
Era el quinto día y tocaba a su fin esta batalla,
la lucha cuerpo a cuerpo,
la huída en desbandada al pais de los ayes,
el recorrer de una esquina a otra la ciudad de la cama
los altos edificios del placer,
las farolas nocturnas erectas e irisadas,
el final de salivas y de savias destiladas
cómplice suicidio de manos, voces y miradas.
Alejandra Menassa