Estos borrascosos bosques sociales me empujan a las riberas
donde los sindicatos de fuertes pescadores bruñidos por las
aguas teñidas de yoduros, viven su diaria intrepidez de cálidos
tritones.
Ellos, los broncos hijos del mar, se hunden en sus
tormentas a festejar sus onomásticos bestiales, el ímpetu naval
de sus bodas o el nacimiento de una estirpe, cual mayorazgos
ebrios que retaran la cólera de un padre enloquecido. Tienen
tatuados mapas de las naciones navegadoras en la escollera
brusca de sus velludos pechos, como las manchas que hay en
el dorso de los marinos elefantes.
En esa geografía humanizada sobre códices de músculos, se
apoya su derecho natural a la existencia.
¡Qué importa si sus hombros huelen a bacalao fétido
y a putrefactas proteínas!
¡Y qué si hay en sus calcañares cicatrices de paguros!
¡Qué importa si ellos viven bajo sindicales leyes
que en sus capítulos les cantan: al mar, al mar, al mar!
y contextura según el mar es áspero y de cobre, o azul
índigo y tranquilo.
Asociados están como los alcatraces y así pescan.
Aprendieron del mar a federarse y caminan obedientes
al corsario caudillo.
Por eso el reclamo sindical de los estibadores tiene poder de
octópodo que amarra y paraliza.
¿No habéis visto los puertos inmóviles, las barcazas inmóviles,
plegados los velámenes como atáxicas plumas, el salmón
asfixiándose en las costas y el mosto envileciéndose en las
cubas?
Son los trabajadores del mar en la inacción de sus caídos
brazos y en la quietud de sus sociales olas,
en tanto el viejo líder, cojo de eternidad y tuerto de
constelaciones, la insurrección de sus obreros urde.
Sus carnívoras hembras tejedoras de redes aguzan los arpones
como sus homicidas colmillos los escualos.
Nada es frágil en sus cuerpos de náuticos instintos.
Sus caderas rezuman sal como los poros esponjarios.
Sus verticales senos punzan como anémonas.
Y allá van tras de sus machos pescadores, fieles a esa misma
ley que agrupa a las corvinas, mientras el tifón soplando
roncas caracolas y valvas de alectriones y crepídulas, clama
desesperadamente: ¡al mar, al mar, al mar!