Invierno en Buenos Aires,
la lluvia cae copiosamente sobre la ciudad,
el frío hace llorar los huesos
las calles traen olor a desamparo.
Ellos dos escapan de la lluvia
la iglesia ortodoxa rusa del parque Lezama
allá en San Telmo los resguarda.
Al entrar oyen cánticos religiosos,
se miran a los ojos,
sienten ser invadidos por tiempos remotos…
Al cerrar los ojos
ven las cúspides azules en el cielo,
un olor a incienso desciende por las paredes.
Al abrir lentamente los ojos
y encontrarse sus miradas
se dan cuenta,
han volado hasta el zenit de los ensueños que los cobijan
juntos
han descendido por los ancestros muros
y se han impregnado del olor de los siglos
juntos:
Al abrir los ojos y encontrarse,
una complicidad infinita en su mirada
en su sonrisa.
Los ángeles cantaban para ellos
cuando al abrir los ojos se encontraron los dos
en medio de una nada diferente
Solos, solos
mientras la lluvia golpeaba dulce melodía en las vidrieras
Cuando se tocaban
(Las manos de él al rostro de ella
las manos de ella al pecho de él),
podían sentir como la lluvia limpiaba sus almas
fluía por sus pieles acercándolos.
Las manos de ella se deslizan
él sentía el mar arremeter contra su pecho
las olas acariciando su cuello,
las manos en su nuca …
Al besarse
las cúspides se desvanecen
el sol hace arder todos los recuerdos
rayo de luz sobre la tierra muerta, nace la vida.
Desde el cielo sus rostros,
bocas, lenguas se buscan…
Al separarse sus labios,
el viento recorre un universo entre los dos
sus pechos, magnolias en flor
se pegan al cuerpo de él
que la abraza con la pasión de todas las noches en vela recordándola
ansiando una mirada suya,
que hoy,
le trajo la lluvia
que caía bajo pedestales azules como ángeles del cielo.
Hoy que la nostalgia anidaba en el corazón del continente
y lloraba el cielo sus condensados recuerdos
Ellos dos solos en medio de la nada
sonreían y se besaban
las manos de él dejaban caer la blusa por sus hombros de luz
y mordía en sus hombros la fruta del amor.
Ella miraba al cielo y abría la boca
sin pronunciar palabra
como queriendo comerse a Dios
y descendía velozmente la cabeza
e hincaba cruelmente sus dientes en el cuello
aflojaba y se reía entre cánticos celestiales
besaba su cuello, sus labios
desabrochaba su camisa;
cada botón era un paso más hacia el abismo eterno de sus propias pieles
rozándose, apretándose;
la ropa decoraba los confesionarios
el mundo giraba alrededor de sus caricias.
Agachándose, él, besa todas las caídas;
Ella, es de marfil, el más prohibido;
su vientre, sus costillas
se deshacen al paso tímido de la lengua de él.
Y al besarse extenuados,
Tan vacíos y tan llenos,
Se dieron cuenta:
han volado hasta el zenit de la pasión que los cobija,
juntos
han descendido por esos ancestros muros que los encierran,
juntos
Se han impregnado del olor de los siglos
juntos.
Han vivido hasta el paroxismo del goce que los encadena
juntos.
¡Han roto
Juntos
Todas las cadenas!
Fabián Menassa de Lucia