Esto va
por ti, alzo mi copa llena de besos,
y
brindo por la belleza de tu nombre.
Mujer hacedora, junto a él, de pan, de versos y de hijos.
Tú, que
te llamas Hipatia, tu padre, Teón,
rechazando
creencias de la época,
te hizo
ciudadana de la polis,
derecho
exclusivo del otro sexo,
confió
en tu inteligencia
y te
ayudó a encontrar tu órbita
en las
ciencias de los astros y los números,
un
camino que abrirías tú también para otros,
porque
el que tiene un saber y no lo dona,
en él
se pudre, y se fermenta, y sus larvas devoran corazones.
Como
pago, fuiste golpeada hasta la muerte,
una
mártir más, como tantas,
por
nada, por mujer sabia, algo que debe de estar
muy
cerca del demonio
para la
mente enferma y reaccionaria.
Tú que
te llamas Christine de Pizan,
la
oscura Edad Media se iluminó
con tu Ciudad de damas,
luchaste
porque esa luz de lo femenino
brillara
en todo su esplendor.
Heriste
de muerte al amor cortés,
Y en la
Querella, la inteligencia de ella
se
midió con la de él, y después de haberse
dejado
vencer tantos años…, hicieron tablas.
Tú que
te llamas James Barry,
lampiño
de agudo timbre de la armada inglesa.
Tus
manos laboriosas de insigne cirujano,
develaron
el misterio de nacer por cesárea,
y
cuando te enterraron, tus papeles decían:
Margaret
Ann Bulkley, y
todos se asombraron,
ocultando
el secreto, y signando tu lápida con
un
nombre de varón: James,
pues se
debía seguir manteniendo la falacia
de que
las descendientes de Eva no estaban
capacitadas
para el ejercicio de la medicina.
Tú que
te llamas Marie Curie,
un alud
de isótopos radiactivos
no hubiera
superado tu refulgir.
No sólo
fuiste la primera mujer Nobel,
sino
que, por si quedaban dudas,
repetiste,
hazaña que ningún hombre ha podido emular.
La
física y la Química fueron la casa
En la
que creció tu perspicacia.
Tu
esposo, que urdía contigo magníficos
experimentos,
obtuvo su Cátedra en París,
a ti te
la negaron, obtusos comensales
de
viejos prejuicios apolillados,
no les
bastó ni el Nobel para obviar tu sexo.
Alice
Guy,
¿Quién
no recuerda a los Lumière,
Ellos
inventaron el primer proyector,
pero no
fue suya la primera película,
fue la
dulce Alice la de la idea,
pero
¿para qué decírselo al mundo?
muchas
de sus obras, las firmó
su
ayudante, un varón de cuyo nombre
no me
acuerdo, en las Historias del cine,
omitida
en las más,
porque
¿cómo iba a ser pionera del cine una mujer?
Ada
Byron, tu madre te alejó de la poesía,
hija de
universal poeta maldito, por amor a tu padre,
descubriste
la poesía de la matemática,
de tus
manos laboriosas,
nació
el primer software,
la
informática moderna es hija de tu ciencia.
Pero
¿quién te conoce?
había que silenciar el femenil ingenio,
como
estas tantas, tantas…,
y cada
una, cada día, voz silenciada,
grita
más alto, escribe más alto,
deja
intensa, la huella de tu paso:
¡Es un
pie de mujer! ¡Grita bien alto!
Alejandra
Menassa