lunes, 16 de agosto de 2010

TALLER DE POESÍA ERÓTICA 2010. TRABAJOS DE LOS INTEGRANTES. EL BAR JAMAICA. F. JAVIER LORENZO VÁZQUEZ

Cuadro: Francis Picabia. Dos mujeres con flores.


Se deshace la tarde en el bar Jamaica. Tomo conciencia del tiempo y del entorno en el que me encuentro. Dos muchachas jóvenes se besan. Un viejo las mira de reojo mientras hace cómo que lee el periódico. En la barra y sentada sobre un taburete una mujer de edad indeterminada sorbe con sensualidad un granizado. Y de nuevo establezco la relación entre gestos erógenos de los demás y zonas erógenas propias. Por ejemplo, el beso de las muchachas es casi eterno, con mucho juego de labios, giros leves de cabeza para encontrar la mejor postura, lenguas que se asoman, se introducen, desaparecen, regresan, labios que se buscan, se introducen, se muerden… Un beso-gesto que despierta las zonas erógenas. El gesto menos erógeno, al menos para mí, es el del viejo. Cada vez hace menos que lee y más que mira. Y esta actitud me produce desazón porque temo que, de un momento a otro, se le despierte el ángel puritano y les monte un pollo a las chiquillas y acabemos saliendo en los periódicos.
Y de nuevo me fijo en la mujer de edad indeterminada: ella seguro que se considera joven pero para los demás es madura-madura con silicona y botox. No obstante para mí ¡podría ser mi hija! (Aclaro: yo no soy el viejo que hace como que lee). La mujer tiene apoyado el brazo izquierdo en la barra, sujeta el granizado con una mano mientras las pajitas las sujeta con la otra y las mueve dentro de su boca como si de una felación se tratase. Yo creo que es consciente de lo que está haciendo pero el gesto erógeno hace que las zonas erógenas se erogenicen. Para distraer a las zonas recorro su cuerpo empezando por su blusa de tirantes que deja al aire unos hombros con las mismas curvas y prominencias que las tetas. A mí los hombros siempre me han parecido que tiene una carga erógena muy grande. Así que prefiero orientar mi vista hacia otras partes, en concreto a su escote que en realidad parece un muestrario porque lleva más fuera que dentro. Desde donde me encuentro no puedo ver el detalle pero estoy seguro que lleva fuera las aureolas o como se llamen esas zonas coloreadas que rodean los pezones. Pero en la parte que el gesto erótico alcanza el clímax es en las piernas. Minifalda que deja al aire unos muslos prietos y lustrosos del mismo color dorado que luce en todo su cuerpo. El taburete la obligaba, para no perder el equilibrio, a mantener las rodillas separadas así que el intermuslamen se muestra diáfano. Para descubrir mejor los detalles debo aguzar un poco más la vista. No sé si ella se está dando cuenta de mi inspección ocular. La duda se me quita enseguida: se está dando cuenta porque ha separado un poco más las rodillas. Y allá en el fondo compruebo, para regocijo de mis zonas erógenas, que no hay tela ni pelo que disimule u oculte esa maravilla. Aquí me pierdo.
Me doy cuenta que mirar así, con esa fijeza y esa determinación no es educado ni correcto. La miro a los ojos para saber cuál es su gesto y parece que mira por detrás de mí y cómo un poco más alto. Y en eso que un pedazo de tío como un camión de mudanzas me rebasa por detrás y se dirige a ella. Debe venir del servicio. El caso es que la pasa la mano por los hombros, se dan un beso como el de las dos jóvenes y la pregunta: “¿Te está molestando este señor?” dirigiéndose a mí. Yo abro los ojos y la miro como pidiendo clemencia mientras con un gesto nervioso rebusco algo sin saber el qué. Ella en lugar de darle una respuesta, me mira, me sonríe y me hace un guiño que me parece toda una provocación para el camión y se me aflojan todas las zonas erógenas, todas las articulaciones y toda la musculatura.
Miro el reloj: ¡ya es la hora de ir al Taller de Poesía Erótica! Me levanto y salgo precipitadamente queriendo aparentar calma. Vamos, todo un gesto desastroso que hace que tropiece en un par de sillas y me tenga que apoyar en la espalda del viejo. Acelero el paso para llegar hasta el paso de cebra que sigue en rojo. En eso una voz atronadora suena a mi espalda: “¡Señor, señor! No se haga el sueco que le estoy llamando a usted.” No había duda que era a mí. Me vuelvo esperando encontrarme al camión de mudanzas cuando veo al camarero: “¡Que no me ha pagado!”. Siempre pago cuando me sirven, por qué no lo habré hecho hoy. Saco un billete de la cartera: “¡Quédate con la vuelta!”. “Lo siento, faltan dos euros”. Mientras completo el dinero miro de reojo a la barra del bar y allí veo a la pareja enredada en un beso mejor que el de las dos jóvenes y al viejo que ha dejado el periódico y no sabe a qué pareja mirar más. Yo atravieso el paso de cebra con la esperanza de que en el Taller de Poesía Erótica me devuelvan la fuerza a la musculatura, a las articulaciones y, sobre todo, a las zonas erógenas. Si lo consiguen, voy a proponer que, para próximas convocatorias lo llamen Taller de Literatura Erógena.

F. Javier Lorenzo Vázquez.

3 comentarios:

  1. Me encantó el relato!
    Saludos desde BUenos Aires...

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  2. Saludos, Cybeles. Un abrazo poético desde Madrid.
    Alejandra

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  3. Lo sabía, lo sabía, el que verdaderamente le excitaba era el viejo, que al final es al único que toca. Le mete mano desde atrás!!
    Es que los viejos son muy erógenos

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