lunes, 21 de junio de 2010

SOBRE HOMBRES Y MUJERES. RELATO


Hola, ¿podría atenderme?, dijo Ricardo algo nervioso y muy contrariado. Debe de haber ocurrido algún error en la agencia de viajes con mi billete, necesito que me ayude a solucionar el problema, mañana tengo que estar en Galicia, soy cirujano, tengo quirófano a las 8.00 de la mañana.

¿Y yo qué tengo que ver con su agencia de viajes? ¿o acaso tengo que ocuparme yo de reparar un error cometido por otros?

-No señorita... ¿cuál es su nombre por favor? Yo me llamo Ricardo.

-¿Es que no sabe leer? Mi nombre está escrito aquí.

Ricardo busca desesperadamente sus gafas de presbicia en su chaqueta. Se las pone y mira con la mayor discreción posible el pequeño letrerito que con letras diminutas señala: Flora Martínez. La localización del letrero es un tanto incómoda, Ricardo nota que se está ruborizando, le cuesta leer esa letra tan pequeña, y empieza a pensar quién habrá sido el genio que decidió poner justo en esa parte del cuerpo femenino estos pequeños artilugios para la identificación de los empleados de Iberia.

Ella lo mira y se da cuenta de su embarazo.

-¿Ya es suficiente, no?, ha tenido ya tiempo más que de sobra de leerlo.

-Disculpe, señorita. Las mujeres siempre me desconciertan. La idea de que fuera yo mismo quién leyera su nombre fue suya. Habría sido tan fácil como decírmelo.

En fin, yo sólo quiero saber, señorita Martínez si usted sería tan amable de cambiar mi billete para que yo mañana pudiera estar en quirófano, cumpliendo con mi trabajo, como usted ahora cumple tan diligentemente con el suyo. Todo esto lo dijo Ricardo, un hombre apuesto, de unos 50 años, cabello entrecano y muy engominado, (como buen cirujano plástico), con la sonrisa más seductora de la que era capaz, aunque por dentro tuviera ganas de decirle algunas cosas malsonantes a aquella señorita.

Si, pero es que me miraba usted tan insistentemente que pensé que era otra cosa lo que quería de mí, y ahora me sonríe usted como si no hubiera roto un plato ¿Porqué no miró antes su billete, el horario está puesto muy claramente? Es muy fácil culpar a un tercero.

-Señorita. Le prometo que nunca más volveré a responsabilizar a un tercero si usted me cambia el billete.

-Si, como no. Ahora mismo ¿para qué horario lo quiere?

- Para el próximo vuelo, por favor, el de las 22.25.

Ricardo embarca y toma asiento en el avión. A su lado se sienta un hombre más joven que él. Se saludan. - Hola qué tal: soy Ricardo. - Hola, me llamo Juan.

Ricardo: Juan ¿usted entiende a las mujeres?

Juan: yo hace muchos años que renuncié a entenderlas. Sólo las amo.

Ricardo: Vaya. Eso está muy bien. Ríen los dos. Yo hace un rato tuve una conversación con una mujer, mientras ella no sabía lo que pretendía, estaba nerviosa, cortante, casi maleducada. Cuando creyó que sentía algún interés sexual por ella, se relajó y me dio todo lo que hasta cinco minutos antes me había negado. Luego dicen que somos los hombres los que pensamos todo el día en el sexo. Yo lo único que quería era volver a mi trabajo.

Juan: Bueno, quizás no todas las mujeres piensan así.

Ricardo: Es posible, si, dijo Juan, y se durmió.

Abajo, en tierra, Flora conversaba con una compañera. – Mira lo que me ha pasado, Charo: el tío venía con unos humos que no había quien le aguantara, quería cargarme a mí el muerto de un error que había cometido él, hasta que le hice mirarme el letrerito, es infalible, entonces se ablandó, sonreía y me pedía las cosas por favor. Estos hombres, siempre están pensando en lo mismo.

Bueno, puntualizó Charo, quizás somos las mujeres las que creemos que ellos están pensando siempre en lo mismo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Estimada Alejandra: me ha encantado su relato, e incluso me ha arrancado una sonrisa. Revela una vez más que quien está siempre pensando en lo mismo es el gran Otro. La sexualidad humana está ya de entrada subvertida por el lenguaje.

Por otro lado, el relato también me ha hecho acordarme de aquella bella historia de Lacan sobre un niño y una niña que están cara a cara en un compartimento de un tren. El tren se detiene en una estación con dos puertas idénticas, sólo que en una está escrito "Señoras" y en otra "Caballeros". El niño mira por la ventana y dice: ¡Mira, estamos en Señoras!". Y la niña le responde: "¡Tonto, estamos en Caballeros!". En suma, hombres y mujeres accedemos al orden simbólico desde posiciones distintas, pero en forma muy similar.

Un cordial saludo.
Carlos

Alejandra Menassa dijo...

Jeje, antipensador, siempre es brillante e interesante su lectura.Si, quien se da cuenta de esa verdad de que habitamos el lenguaje puede otra vida, es cierto. Un honor que dedique su tiempo a leer mis "no tan inocentes" relatos, lo cual agradezco
Besos
Alejandra