jueves, 18 de agosto de 2011

RELATOS DE LOS INTEGRANTES DE LA TERCERA EDICIÓN DEL TALLER DE LITERATURA Y POESIA ERÓTICA. Jardinero del Convento. Kepa Ríos

Dibujo de Milo Manara

Damián trabajaba regando y podando el jardín del convento de las Hermanas Carmelitas Descalzas. Era un hombre de unos setenta años, jubilado, que se dedicaba a esto por entretenerse y contribuir, como buen feligrés, con el embellecimiento de la iglesia. Iba por las mañanas dos o tres horas la mayoría de los días. Normalmente no veía a las monjas, que a esas horas estaban rezando. Únicamente en verano salían algunas hermanas a disfrutar del jardín por la mañana, ya que después el calor y el sol despiadado se lo impedían.

Esos días de Agosto solían salir Sor Ana y Sor Laura, a tomar un poco de claridad, y entablaban a veces algo de conversación a Damián mientras este trabajaba o descansaba.

-¡Buenos días! Hoy sí que parece que va a hacer mucho calor ¿verdad? - Comenzó Sor Ana - No se ve una nube. No vamos a poder estar aquí ni media hora. Usted como no tiene que llevar los hábitos, no sabe lo que se suda con estos trajes al Sol.

-Por eso no me metí a monja. -Respondió Damián- agiten algo suavemente los faldones a modo de abanico, para que les entre una brizna de airecito por debajo, verán que gusto y que alivio sienten, hermanas.

Las monjas se miraron un poco sorprendidas y casi se sonrieron. Sor Ana comenzó a hacer ondas con sus hábitos tomándolos por la parte de abajo con las manos. Absolutamente concentrada en su aventura, ni siquiera dijo si le gustaba o no; ni hizo gesto alguno de satisfacción, al menos aparentemente. En ese instante Sor Laura, maquinalmente, como contagiada, comenzó ella también a hacer lo mismo. Al principio mantenía las piernas cerradas no se sabe muy bien porqué. Después, poco a poco, comenzó a repantingarse cada vez más en la silla, de un modo sorprendentemente campechano, y tubo que abrir las piernas para poder mantenerlas flexionadas cómodamente.

-Claro, las monjas no nacen monjas -Pensaba Damián para sí -. Antes tuvieron por fuerza que ser mujeres como las demás. O tal vez siempre tuvieron esa vocación eclesiástica... tal vez todas las mujeres tengan esa vocación de monjas que sólo en algunas logra imponerse definitivamente. Aunque también es cierto que hay monjas que dejan de serlo.

Desde que habían comenzado a abanicarse con sus vestidos talares, las hermanas no había vuelto a abrir la boca. Miento; sí abrían la boca, pero sin decir nada; sólo queriendo disfrutar de algo tan natural, tan vital, como sus propias respiraciones. Algo tan habitual en los vivos que, podríamos decir, es el goce más terrenal que existe: El goce de respirar, de vivir... eso seguro que no se podrá disfrutar en el cielo ni con ayuda de Dios.

Realmente sorprendía ver con qué facilidad se entregaban aquellas religiosas al corporal goce de abanicarse entre las piernas, con los ojos cerrados, recostando la nuca, y abriendo la boca para respirar amplia y sonoramente.

Se ve que el ejercicio que hacían con los brazos para abanicarse, debía sofocarles de algún modo. Y por momentos parecían quejarse del esfuerzo con leves muecas de dolor, dulces reproches sin destinatario... O, tal vez se quejaban de que Damián ¡no les ayudaba a abanicarse! Al fin y al cabo, él fué quien les había querido mostrar esa nueva utilidad de los vestidos. Así que, como precursor de la experiencia tenía el derecho, y aún el deber, de auxiliar a sus seguidoras.

Sin duda debió ser este el pensamiento que abanicó Damián en su cabeza. Porque, sin más ni más, se fué para las monjas dejando caer el azadón y quitándose los guantes. Ellas no le sintieron llegar. Tal era su atolondramiento. Como estaban bastante cerca una de la otra, Damián se colocó entre las dos, y extendio una mano hacia cada falda, diciendo:

-Bueno, pues como parece que se quejan del esfuerzo, les voy a echar una mano, leñe... una a cada una. Porque manos, gracias a Dios, tengo dos.

Sor Ana fué a la primera que tomó la falda. Ella la soltó como si nada, abrió y volvió a cerrar los ojos, y continuó la insulsa conversación de Damián.

-Los hombres teneis dos de muchas cosas, quiero decir, que tenéis dos brazos, dos piernas...- Las monjas a veces decían cosas rarísimas, sin sentido, una especie de niñerías exageradas que rayaban la locura. Damián no se sorpredía tanto de la extraña respuesta como de que Sor Ana hubiese seguido la conversación sin apensa inmutarse. Como si fuera lo más normal que Damián le estuviera levantando la falda en el jardín. Además Damián se percató que Sor Ana hablaba medio sonriente y que, el tono de la voz, sólo aparentaba ser inocente, trasluciendo una sorna infantil y traviesa: estremecedora. ¿Sería posible que lo de "dos de muchas cosas" lo estuviera diciendo con segundas la diabólica monja?

-Menos de una. - Dijo de pronto Sor Laura, que ya no tenía que abanicarse porque lo hacían por ella. - De una cosa solo tienen una ¡ja! ¡ja! ¡ja! Lo digo por la nariz, eh ¿qué pensaba hermana? ¡ja! ¡ja! ¡ja!

Damián ahora sí que estaba alucinando, o pensando que alucinaba, porque creía que esa situación no podía ser real. Él tenía tres hijos y su mujer y él eran de los más devotos del pueblo. Siempre había sentido un gran cariño y simpatía por las hermanas, y sabía que ellas también sentían hacia el un tierno afecto. Pero, aunque las bromas fuesen muy divertidas, sobretodo por ser unas monjas las que las hacían, la verdad que sí que tenían bastante peligro. Tal vez las monjas se confiaban más de lo común con las bromitas pensando que nadie las tomaría en serio. Y, efectivamente, Damián intentaba tomar todo aquello como una chiquillada de las hermanitas, pero era inegable que lo de "de una cosa sólo tiene una", le había hecho pensar en su pene aunque fuese sólo un instante. Lo suficiente como para producir el consiguiente aumento de tamaño, que aunque no fué mucho, no dejaba de ser preocupante y desafortunado en aquella compañía.

Sor Ana se intentó poner seria pero la verdad que no le salió muy bien. Cuando pensó que podía entrarle a ella también la risa, abrió los ojos buscando ayuda para contenerse: una mirada sobria, un serio gesto de desaprovación... Giró levemente la cabeza como diciendo que no a la vez que comenzó a levantar la vista. Entonces se topó con la cara de Damián, que le pareció, en ese momento, la cosa más graciosa y pintoresca que en su vida había visto: Estaba a la vez sonriente, sonrojado, asustado y feliz. Parecía que, no sabiendo qué cara poner, ponía todas las caras del mundo a la vez. Ahí fué cuando Sor Ana, llevada de todos los demonios, rompió en una carjajada celestial, quiero decir, que se oyó hasta en el cielo de las ciudades aledañas.

Tal fué la súbita desvergüenza de la clériga que incluso tuvo que levantar las piernas para ayudarse en sus risotadas.

Y aquí, estimados lectores, es donde finalmente el cuento deja entrever, tanto a nosotros como a Damián, algo que podríamos llamar moraleja. Pues sucedió que, tan alto levantó la tímida Sor Ana una de sus piernas, que Damián pudo ver clarísimamente la moraleja del cuento, que debe ser la misma moraleja de la biblia cuando la leen estas monjas.

Como quien de pronto entiende un chiste, una espasmódica hilaridad se apoderó de Damián, por lo que cayó de pronto, y de bruces, en la misma moraleja del cuento que tan amablemente le había brindado Sor Ana. Ella se lo había entregado como llevada de un impulso divino y correcto; como cuando se da una limosna. Sin embargo, como cuando se da una limosna, al instante, Sor Ana se arrepintió. Bajó por eso las piernas algo bruscamente de modo que Damián quedó riendo, algo interrumpido, bajo la falda, que se cerró sobre su nuca. La respiración de la hermana se detuvo apenas un instante en que también abrió mucho los ojos y se puso seria. Sor Laura la miraba partiéndose de risa y señalando a Damián, como queriendo finjir ante Sor Ana que todo era un gracioso accidente vacacional, una anecdotilla para dar envidia a las otras hermanas. Sor Ana no sabía qué hacer, aunque pronto comenzó a sentir algo que parecía hacerla cambiar misteriosamente de opinión. De este modo siguió riendo e intentando, con poco brío, sacar a Damián de debajo de sus faldas.

Hacía tiempo que toda la escena transcurría sin palabras, entre carcajadas, gritos y ayes. No se sabe si por la emoción del momento, o si porque nadie sabía qué decir en mitad de aquella escena inaudita. Sin embargo sólo las monjas, que no tenían pelos en la lengua, pudiéron romper el silencio, con alguna frase:

-Sor Laura ¡quítame a Damián! dios mío, por dios, dios santo -exclamaba Sor Ana- dios bendito... quítamelo que me está ¡chupando!.

A lo que Sor Laura respondió arrojándose sobre Damián muerta de risa. No necesitó hacer más fuerza, pues era voluminosa y el simple peso de su cuerpo bastó para dar con Damián y con ella misma de espaldas en el suelo del jardín. Espatarrados, enrojecidos y algo mareados por la caida, rodaron un poco los por allí cerca. Que es hasta donde llega el final de este relato, ya que una moraleja por cuento será suficiente, tanto más la de la sapientísima y risueña Sor Ana, de quien Sor Laura era cómplice y partícipe.

Kepa Ríos Alday

2 comentarios:

Clémence Loonis dijo...

Se nota que Kepa lleva 3 años asistiendo al taller de escritura erótica...
¡Qué buena elección de pinturas con las publicaciones!
Gracias por las publicaciones.
Un abrazo

Kepa dijo...

Gracias Clemence! No sabía que ya llevaba tres años en el taller. Cómo lo pasamos ¿eh? Estoy muy contento. La pintura es muy apropiada. Parece un retrato de Sor Ana antes de salir a tomar el sol con su compi.
Ahora con la visita del Papa, hay que tener mucho cuidado porque está todo Madrid lleno de monjitas. Ayer, al salir de los probadores de una tienda de ropa (de hombres y mujeres) había ahí unas papistas francesas de 18-20 años ¡en bragas! Estas creyentes no se cortan un pelo.