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jueves, 22 de enero de 2009
POESÍA. EL TESTAMENTO. ALEJANDRA MENASSA
No quisiera estar triste, justo hoy,
que vienes a buscarme,
me he adornado con los versos más
bellos.
Ayer leí toda la noche a Rimbaud:
Una temporada en el infierno,
¿te ríes?. No es gracioso,
ningún mérito tengo para acabar
con mis huesos en el cielo,
se me olvidó el padre nuestro
apenas salía de la edad de la pena.
Es una rara sensación saber
que hoy es el último día de mi vida,
no habrá otro miércoles para mí.
Mis ojos se acostumbrarán
al acolchado azul, a la madera
y al pequeño cristal por dónde
asoman curiosos los gusanos
y dibujan mi nombre con su estela
caliente de miseria y de baba
¿Se acostumbran también
los oídos al silencio?.
Qué soledad poblada,
qué tristes los lamentos
cuando no tienen voz.
Pero yo me he pintado los labios
con el carmín de los asesinatos,
estoy ebria de ti , mi príncipe certero.
Porque yo sé que tienes muslos de Atlas,
y un pecho varonil donde apoyar
cansina mi cabeza, tan llena de palomas.
Porque yo sé que hoy vas a besar
mi boca con tus labios de cieno,
y no me engaña tu nombre de mujer.
Podéis hacer conmigo lo que os plazca:
regar las magnolias de mi corazón,
donar mis órganos al Museo
de Ciencias Naturales,
rezarme en francés o en arameo.
Pero os juro, que me levantaré
furiosa como un león herido
de mi tumba y que os maldeciré
en todos los idiomas,
si no escribís en mi epitafio un poema:
Se llamaba Alejandra,
murió a la edad de 154 años
y tenía en los ojos una nostalgia honda,
y en los labios más versos que las
hojas del árbol que la guarda.
O quizás : aquí yace un poeta,
poco importa su nombre,
el que quiera saber,
¡que vaya y lea!.
No quiero flotadores en mi nicho ,
quizá un parasubidas ,
como el de Altazor poeta.
Los versos no pierden
nunca las alas ni el deseo de volar.
Ah,¡ tomad el oro!, de nada ha de servirme
cuando mi carne reblandecida
ceda al beso de la larva
deshaciéndose en nauseabundos néctares ,
Y dejadme unas flores,
orquídeas si es posible
sobre la oscura piedra,
que se vayan secando
al ritmo de mis músculos.
Primero el pétalo perderá
su blancura,
y mi piel se hará lechosa,
se desprenderá al menor roce.
Amarillearán los bordes de la flor,
y mi grasa se habrá licuado
cual inútil brebaje, también amarillento.
Perderá toda el agua el órgano del árbol
y un festín con mi hígado
se darán los gusanos.
El tallo cederá más tarde su frescura,
pero mis huesos son como mármol
de Grecia, y os será más difícil acabarlos.
Es tan aburrido morirse sola, sola,
un ataúd biplaza sería lo mejor.
Firmo este testamento
con tinta de mi sangre.
Y mirándome al espejo
retiro con el mismo pañuelo
de las lágrimas el carmín
de mis labios y no te espero más,
El hombre es ese ser que se equivoca
hasta en la fecha oscura de su muerte...
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9 comentarios:
alejandra, hoy llego ya medio llorando antes de escucharte y de leerte, y no he de decir por qué
un beso
No quiero leer todavía tu epitafio, cuando recién leo tus versos
pero sigue viviendo
como ese último miércoles
para que sigan
naciendo esos versos.
gracias por visitar mi espacio
un abrazo. saludos
Poema y lectura, racimo de estrellas.
Hola Amor: En el dolor, inevitable a veces, se crece y si uno se toma el trabajo, siempre se aprende algo.
Besos
Hola Pedro: Todavía me queda mucho para los 154. Gracias Un beso
Gracias Juan Jes, racimo de versos cayendo en la noche tus palabras. Saludos
Hermoso!
"ningún mérito tengo para acabar
con mis huesos en el cielo".
Me gustó esa frase, no sé pero me parece el centro del poema!
Un abrazo.
Puede ser, al menos para tí como lector, fue así, gracias Gusmar.
Un saludo
Lindísimo, Alejandra, me atrapaste desde la primera línea, es precioso eso de "no quisiera estar triste hoy que vienes a buscarme"... Gracias por salvar la tarde...
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