De qué serán los versos sino de aquella sombra que
hicimos sobre el lecho
Carilda Oliver Labra
Sol iracundo despeja el medio día,
las calles vagabundas de personas
guarecidas en sus individuales jaulas
de paredes trasatlánticas inabarcables a nado.
Ella, de cabello ensortijado, cubre su rostro,
anónima, desafiante, se recuesta en la dibujada terraza
frente al mar.
Absorta en los colores como estrellas que atraviesan sus ojos,
sueña los recuerdos de aquel amor
contenido entre sábanas, húmedas de sexo.
La imposible esquina del letrero
donde la A fundida hacía leer LIBRERÍ.
La mesa destartalada donde absorto
en amontonados libros heredados de otras manos
aguardaba él a la mujer que no esperaba conocer.
Misteriosa y oculta tras su foulard oriental,
tropezó en su sinquerer, atraída por magnética fuerza.
Varios ejemplares se precipitaron en suicidio simbólico, alcanzando
el suelo.
La sorpresa también golpeó sus miradas al encontrarse frente
a frente.
Bajaron, reptando en su insólita seducción, cruzando sus
manos,
sintiendo por vez primera piel con piel.
Desorientados y tímidos, devolvieron el orden
y se encaminaron, cada uno, a su destino,
otra vez compartido, abanderados por el deseo de sus cuerpos,
hambrientos por descubrir el aroma de su agitación.
Sin desvirgar el silencio, atravesaron el vestíbulo.
La temblorosa llave encendió de latidos su pecho
ahora recorrido por sus fuertes manos que contenían la
explosión.
Besos como mordiscos exhalados por la espera,
recorriendo su cuello desprovisto ya de su sedosa prenda.
Delicada piel de embriagador aroma, cálida en su boca
ardiente,
cuerpos entregados en el desenfreno sin destino.
Avanzando en la desnudez y en la cercanía a la cama,
fueron pronunciando palabras incendiarias
hasta caer, cuerpo sobre cuerpo sobre las sábanas,
blanco lienzo para la obra del amor.
Helena Trujillo
Cuadro: El baño de Psyche de Leighton
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