domingo, 6 de noviembre de 2011

FUIMOS A VER LA PELÍCULA PINA, DE WIN WENDERS, SOBRE LA COREÓGRAFA PINA BAUSCH



Los sentimientos, los afectos no son como creemos generalmente, primarios. Siempre son secundarios a un pensamiento, a una frase, a una concepción sobre la realidad, la nuestra. Son senti-mientos, sentires mentirosos, nunca dicen la verdad, pero apuntan a una verdad. El sujeto que los padece, que los siente, está implicado, algo lo tocó de esa situación. El domingo lloré, y reí, y amé y sentí que todo eso lo hacía posible la belleza de la danza llevada al cine en tres dimensiones. Casi podías tocar a los bailarines, la lluvia te mojaba, las hojas llevadas por el viento caían sobre ti.

Cuando uno goza, y goza intensamente, sobra quizás preguntarse porqué goza, pero como se trata ahora de un ejercicio de escritura y el goce aquí es el de escribir, me animo a poner palabras a tanto goce.

El domingo pasado fuimos a la sala Berlanga, ya el nombre prometía, a ver una película maravillosa, novedosa, bella, extraña y por extraña aún más bella. Se llamaba Pina, en honor a la magnífica Pina Bausch, maestra coreógrafa, que mantuvo un ballet durante 22 años, al que acudían a formarse con ella bailarines de todas partes del mundo, en el que nacieron otros bailarines. Y cada uno había recibido de ella las frases necesarias para hacerlos bailar, para llevarlos al paroxismo de gozar y hacer gozar con el baile.

Dirigida magistralmente por el consagrado director Wim Wenders, con una fotografía magnífica, y una banda sonora que no puede estar más imbricada con la danza.

¿Hay otra palabra más bella para decir belleza, belleza por doquier? Otra palabra más precisa para nombrar lo mortal, ¿cuántas cosas pueden decir las imágenes, cuando esas imágenes son palabras?

Nunca la danza me había dicho tanto sin decirme nada como con Pina.

Sólo un ejemplo: hay cientos en esta maravillosa película que desborda pasión por los cinco costados. El primer baile: establece un intento de acercamiento a la relación hombre mujer, primero es un mundo de mujeres, la presencia del hombre está supuesta, pero no representada, ella yace en el suelo, sobre tierra, con un trapo rojo entre las manos, primero ella sola, luego decenas de bailarinas. Me hizo pensar en una mujer que lamentaba la pérdida de su hijo. La tierra es aquí también la madre-tierra. Después aparecen en escena los hombres, cientos de hermosos bailarines, hermosos con una idea de belleza muy distante de la del efebo griego, hermosos de todas las hermosas edades, con cuerpos de todos los tamaños, como si se buscara una idea de belleza disarmónica y disimétrica. Se ve el temor femenino a esa invasión de la desfloración, la desfloración parece aparecer como agresión, como maltrato, todas ellas se acercan al hombre y huyen despavoridas, atemorizadas, hasta que Ella abandona la virginidad, para vestir con ese trapo rojo su cuerpo de bailarina celestial y ser una mujer deseante, que no está en posición de víctima del hombre, sino de amante. La música, maravillosa, precisa hace surtir en perfecta combinación con la imagen lágrimas de emoción: ¿cómo lo hizo? ¿cómo me dijo todo esto sin decir una sola palabra? Y angustia, una música que justo es angustiosa cuando toca angustiarse, pero qué goce infinito el de angustiarse ante lo bello… Y luego te dice cómo lo hizo, detrás de esa coreografías, los bailarines, sus bailarines, dicen sus palabras. Cada uno, viviente, es la impronta que ella, Pina, ha dejado en el mundo. La desesperación, el reencuentro, el amor, el deseo, el dolor, la muerte, el humor (qué sutil y magnífico, desde la leve sonrisa hasta la carcajada, pero sobre todo, durante casi todo el film, la sensación de alegría por estar ahí, frente a esa maravilla) la soledad, la imposibilidad de encontrarse, el goce, todo lo humano por excelencia anida en los versos bailados de Pina, porque la película es un poema, una obra de arte maravillosa. No se la pueden perder si aman el arte, la creación.

Pina no ha muerto, porque ha sembrado, con delicadas manos, la semilla de la danza, ha instalado en la sangre de sus discípulos, el veneno imposible del baile.

Alejandra Menassa de Lucia