martes, 30 de agosto de 2011

CURSO BREVE SOBRE MEDICINA PSICOSOMÁTICA


domingo, 28 de agosto de 2011

TRABAJOS DE LOS INTEGRANTES DEL TALLER DE POESÍA Y LITERATURA ERÓTICA (3ª edición). SUSANA LORENTE.CUÁNTOS SENTIRES...

CUÁNTOS SENTIRES PARA PAGAR UN ESTREMECIMIENTO


Cuadro: Eros y Psique.


Ella lo miraba a él, ella la miraba a ella, él observaba su botón desprendido hacia el contorno de su insinuante canal, en el que hacía tiempo anhelaba hundirse con locura. Sus dedos inquietos imaginando semejante placer, terminaron dentro de la copa derramada sobre el terso mantel de seda, y sin alcanzar a retenerlo, el hielo se deslizó hasta sus piernas en el rastro de agua gélida que corría entre el surco de sus muslos, bajo su falda, hacia su fresa convulsionante que inervaba de frenesí la piel protuberante y delicada. El escalofrío de sus miradas henchidas de deseo enredaba en su cuello una soga cortando el aire invisible e inexperto por un suspiro que accedía a la existencia, en un reducto donde la respiración recobraba el hálito de la vida en el cénit de la muerte. Con sus ojos entrecerrados, sonreían con pequeños mordisquitos sus labios, rodeados de aceitunas y plátanos grandes y maduros, y guindas rojas de sabor afrutado nativas de Asia, y un aroma a café, chocolate y vainilla que avanzaba intermitente con la brisa, buscando alguna curiosa nariz entre los transeúntes que suelen pasar deprisa y mirar de reojo los cafés abiertos al mediodía: cuando el sol borra toda sombra del pasado y se precisa la entrega para el que acepta lo inesperado. ¿Por qué irse?, se preguntó ella temerosa, y un mechón de pelo girando sobre su lengua en círculos hacía las delicias del pecado, chupando convulsivamente como un infante el contenido del pecho turgente de la madre. ¿A dónde ir? replanteó él, y abrazó vigorosamente con su mano secreta el muslo de la otra que sonrojada dejaba avanzar el calor atrapado en su goce eléctrico desde sus hermosos y finos pies, pasando por la concupiscencia de la oquedad lasciva entre sus glúteos casi perfectos, independientes, dueños de su ser abierto hasta la punta de su lengua retorcida que sin querer (decía ella), lubricaba la parte baja de su espalda, y en la que permitía que sus manos se introdujeran para apretar, estrujar y palmear con cierto aire de desdén y sadismo las protuberancias carnosas y definidas de su culo. Ella era capaz de hacer blandir el universo sin dejarla de mirar, era la fuente del frescor de la lluvia, el vapor atravesado por un rayo de sol, el murmullo opaco de las voces en el café, la irregularidad vagabunda en la que queda atrapado todo el goce. Él, vigoroso y voraz como Saturno, abría y libaba los sueños libidinosos en los que practicaba con maestría el arte sombrío del enterrador de dedos de miel vúlvica, untados en los dos bellos Edenes. Deleitada con toda esa arrogancia y el delirio que controlaba descontrolada la moral de su impudicia, se dejó caer hasta el estremecimiento de la corriente mortal, derrumbándose sobre la mesa, despeinada, con los ojos brillantes de placer.

Susana Lorente.

jueves, 25 de agosto de 2011

PSICOANÁLISIS ARTÍSTICO





Oscar Latorre Bosch, fotógrafo me llamó hace un año para proponerme el proyecto Four Furs. Él había realizado unas fotos, y me pedía que yo, como psicoanalista, tuviera la función de interpretarlas. El proyecto comenzó finalmente este verano, para ello, Oscar contrató un número de sesiones. Con su permiso, publico ahora las cuatro fotos que componen el proyecto four furs, un escrito realizado acerca de las mismas, después de las sesiones, y la foto que hicimos durante la realización de las sesiones. Ya sabes, si eres artista y te sorprende o inquieta el sentido de tu obra, que se te aparece en algún punto incomprensible, no dudes en contar con el psicoanálisis.

FOUR FURS. Fotos de Oscar Latorre Bosch

ARTE Y PSICOANÁLISIS

Muchas veces se ha hecho una lectura psicoanalítica de algunas obras de arte, así, Freud analiza obras literarias de Heine, de Shakespeare, Hamlet entre otras, de Hoffman, Los elixires del diablo y también cuadros de Da vinci o esculturas de Miguel Ángel, como El Moisés. Como productos del artista, las obras de arte tienen un poso, un resto del alma, de la psiquis, del que las produce.

La obra de arte hace general lo particular. Dice Freud en El poeta y la fantasía que el artista nos devela sus fantasías a través de la obra de arte y produce placer estético, en el caso de la escritura por la belleza con que las escribe. Mientras que el neurótico nos devela sus fantasías y nos produce repugnancia. Pero son las mismas fantasías las del artista y las del neurótico.

¿Qué fantasías inconscientes nos devela Oscar Latorre con estas fotos que producen tan magnífico placer estético? Aquí tenemos la ventaja además, de que no solo disponemos de la obra, sino de las palabras del artista sobre la misma, con lo que estamos en condiciones óptimas.

El psicoanálisis no tiende a patologizar lo normal, sino por el contrario a normalizar lo patológico. Los neuróticos comunes y muchas personas llamadas normales, tienen una sexualidad clásica, sin grandes excentricidades -cuando la tienen- pero, sin embargo, sus fantasías son perversas. Esto no quiere decir que ellos sean perversos. Incluso a veces, reprimen su sexualidad más de lo habitual. Ya decía Aristóteles que el hombre sano fantasea lo que el perverso realiza. Podemos decir que las fantasías sexuales siempre son un poco perversas, pero perversas en el sentido de multiformes, de que allí la sexualidad despliega todas sus vertientes: heterosexuales, homosexuales, sadomasoquistas, voyeuristas, etc. Para el psicoanálisis, la perversión es constitutiva, es parte de la normalidad, y no una aberración.

Las fotos remiten inmediatamente a una cuestión sexual: la desnudez de las modelos y el hecho de que estén atadas, pero no es una escena claramente sexual: no hay partenaire. Es más, solo una de ellas tiene las piernas entreabiertas. Quizás el partenaire de esas chicas fotografiadas es el propio fotógrafo, Oscar, pero también el que las mira cuando se observa la foto, el espectador. Que quede ese “hueco” en la foto, en el sentido de que está claro que hay otra persona, alguien ha atado a la chica, hay otro participante en la escena que no aparece en la foto, eso hace que el espectador se pueda introducir en la escena como ese otro. No me parece que haya una clara intención de excitar al espectador.

El bondage, o esta práctica de atar al partenaire, a la pareja sexual, no es infrecuente y nos muestra como una exageración de los componentes habituales de la sexualidad. La sexualidad siempre tiene un componente de violencia, de aprehensión del otro, de dominio, se juegan una posición pasiva, que suele ser la femenina, pero que también es la del masoquista, o la del voyeur, y que también puede ocupar el hombre y una posición más activa, generalmente la masculina, podemos decir que el bondage exagera esa parte pasiva, en el sentido de que con las cuerdas impide los movimientos, ella queda a merced de su partenaire. Podemos decir que estas fotos destacan esa posición objetal o más pasiva de la mujer en el acto sexual. Ese afán de sometimiento y de dominio de la situación, puede ser muy excitante para algunas personas.

Como en el poema, o en la obra literaria, o el cuadro, el que mira la foto también vive esa experiencia, identificándose con el autor, también es como si realizara esa parte más perversa de la sexualidad, además está tan cuidada la estética, que casi lo hace sin violentarse, sin excitarse conscientemente, es como si al mirar la foto pudiera uno, de manera inconsciente realizar esas fantasías perversas que tenemos todos. Puede gozar de ello sin necesidad de moverse, solo mirando la fotografía, quizás ahí está gran parte del acierto de esta serie. La condición de prostituta de una de las modelos, la primera, también tiene que ver con cierta denigración del objeto amoroso que se produce en estas prácticas, a las que las “chicas decentes” no se prestan tan fácilmente.

También son fotos que suscitan la pregunta ¿la modelo está viva? Sexo y muerte van siempre asociados, también en las fotos se unen los dos elementos, los cuerpos están hipotónicos, relajados, sin aparente tensión muscular, sin expresión, podrían estar dormidos o estar muertos, Leighton en Sol ardiente de junio juega con esta dualidad ¿muerte/sueño? Y el cuadro también es de una sensualidad muy marcada, como las fotos. También está el juego sexo/muerte.

El orgasmo en francés es la pequeña muerte, petite morte. Hay una placidez en las fotos que no concuerda con la posición forzada y la violencia de la atadura. También hay guiños a otros pintores, como Caravaggio, en la primera foto que remeda un bodegón, pintores muy clásicos, la foto tiene los tonos y los colores, y la luz de un bodegón clásico, con el contraste o el punto de modernidad que traen las revistas. El contraste atrae más al ojo humano que la monotonía, o Magritte, la cara de la modelo tapada por el perro, como El hijo del hombre de Magritte, que tiene la cara tapada por una manzana o La Gran Guerra, donde es un ramito de violetas lo que tapa la cara de la mujer en el cuadro.

El hijo del hombre. Magritte.


jueves, 18 de agosto de 2011

RELATOS DE LOS INTEGRANTES DE LA TERCERA EDICIÓN DEL TALLER DE LITERATURA Y POESIA ERÓTICA. Jardinero del Convento. Kepa Ríos

Dibujo de Milo Manara

Damián trabajaba regando y podando el jardín del convento de las Hermanas Carmelitas Descalzas. Era un hombre de unos setenta años, jubilado, que se dedicaba a esto por entretenerse y contribuir, como buen feligrés, con el embellecimiento de la iglesia. Iba por las mañanas dos o tres horas la mayoría de los días. Normalmente no veía a las monjas, que a esas horas estaban rezando. Únicamente en verano salían algunas hermanas a disfrutar del jardín por la mañana, ya que después el calor y el sol despiadado se lo impedían.

Esos días de Agosto solían salir Sor Ana y Sor Laura, a tomar un poco de claridad, y entablaban a veces algo de conversación a Damián mientras este trabajaba o descansaba.

-¡Buenos días! Hoy sí que parece que va a hacer mucho calor ¿verdad? - Comenzó Sor Ana - No se ve una nube. No vamos a poder estar aquí ni media hora. Usted como no tiene que llevar los hábitos, no sabe lo que se suda con estos trajes al Sol.

-Por eso no me metí a monja. -Respondió Damián- agiten algo suavemente los faldones a modo de abanico, para que les entre una brizna de airecito por debajo, verán que gusto y que alivio sienten, hermanas.

Las monjas se miraron un poco sorprendidas y casi se sonrieron. Sor Ana comenzó a hacer ondas con sus hábitos tomándolos por la parte de abajo con las manos. Absolutamente concentrada en su aventura, ni siquiera dijo si le gustaba o no; ni hizo gesto alguno de satisfacción, al menos aparentemente. En ese instante Sor Laura, maquinalmente, como contagiada, comenzó ella también a hacer lo mismo. Al principio mantenía las piernas cerradas no se sabe muy bien porqué. Después, poco a poco, comenzó a repantingarse cada vez más en la silla, de un modo sorprendentemente campechano, y tubo que abrir las piernas para poder mantenerlas flexionadas cómodamente.

-Claro, las monjas no nacen monjas -Pensaba Damián para sí -. Antes tuvieron por fuerza que ser mujeres como las demás. O tal vez siempre tuvieron esa vocación eclesiástica... tal vez todas las mujeres tengan esa vocación de monjas que sólo en algunas logra imponerse definitivamente. Aunque también es cierto que hay monjas que dejan de serlo.

Desde que habían comenzado a abanicarse con sus vestidos talares, las hermanas no había vuelto a abrir la boca. Miento; sí abrían la boca, pero sin decir nada; sólo queriendo disfrutar de algo tan natural, tan vital, como sus propias respiraciones. Algo tan habitual en los vivos que, podríamos decir, es el goce más terrenal que existe: El goce de respirar, de vivir... eso seguro que no se podrá disfrutar en el cielo ni con ayuda de Dios.

Realmente sorprendía ver con qué facilidad se entregaban aquellas religiosas al corporal goce de abanicarse entre las piernas, con los ojos cerrados, recostando la nuca, y abriendo la boca para respirar amplia y sonoramente.

Se ve que el ejercicio que hacían con los brazos para abanicarse, debía sofocarles de algún modo. Y por momentos parecían quejarse del esfuerzo con leves muecas de dolor, dulces reproches sin destinatario... O, tal vez se quejaban de que Damián ¡no les ayudaba a abanicarse! Al fin y al cabo, él fué quien les había querido mostrar esa nueva utilidad de los vestidos. Así que, como precursor de la experiencia tenía el derecho, y aún el deber, de auxiliar a sus seguidoras.

Sin duda debió ser este el pensamiento que abanicó Damián en su cabeza. Porque, sin más ni más, se fué para las monjas dejando caer el azadón y quitándose los guantes. Ellas no le sintieron llegar. Tal era su atolondramiento. Como estaban bastante cerca una de la otra, Damián se colocó entre las dos, y extendio una mano hacia cada falda, diciendo:

-Bueno, pues como parece que se quejan del esfuerzo, les voy a echar una mano, leñe... una a cada una. Porque manos, gracias a Dios, tengo dos.

Sor Ana fué a la primera que tomó la falda. Ella la soltó como si nada, abrió y volvió a cerrar los ojos, y continuó la insulsa conversación de Damián.

-Los hombres teneis dos de muchas cosas, quiero decir, que tenéis dos brazos, dos piernas...- Las monjas a veces decían cosas rarísimas, sin sentido, una especie de niñerías exageradas que rayaban la locura. Damián no se sorpredía tanto de la extraña respuesta como de que Sor Ana hubiese seguido la conversación sin apensa inmutarse. Como si fuera lo más normal que Damián le estuviera levantando la falda en el jardín. Además Damián se percató que Sor Ana hablaba medio sonriente y que, el tono de la voz, sólo aparentaba ser inocente, trasluciendo una sorna infantil y traviesa: estremecedora. ¿Sería posible que lo de "dos de muchas cosas" lo estuviera diciendo con segundas la diabólica monja?

-Menos de una. - Dijo de pronto Sor Laura, que ya no tenía que abanicarse porque lo hacían por ella. - De una cosa solo tienen una ¡ja! ¡ja! ¡ja! Lo digo por la nariz, eh ¿qué pensaba hermana? ¡ja! ¡ja! ¡ja!

Damián ahora sí que estaba alucinando, o pensando que alucinaba, porque creía que esa situación no podía ser real. Él tenía tres hijos y su mujer y él eran de los más devotos del pueblo. Siempre había sentido un gran cariño y simpatía por las hermanas, y sabía que ellas también sentían hacia el un tierno afecto. Pero, aunque las bromas fuesen muy divertidas, sobretodo por ser unas monjas las que las hacían, la verdad que sí que tenían bastante peligro. Tal vez las monjas se confiaban más de lo común con las bromitas pensando que nadie las tomaría en serio. Y, efectivamente, Damián intentaba tomar todo aquello como una chiquillada de las hermanitas, pero era inegable que lo de "de una cosa sólo tiene una", le había hecho pensar en su pene aunque fuese sólo un instante. Lo suficiente como para producir el consiguiente aumento de tamaño, que aunque no fué mucho, no dejaba de ser preocupante y desafortunado en aquella compañía.

Sor Ana se intentó poner seria pero la verdad que no le salió muy bien. Cuando pensó que podía entrarle a ella también la risa, abrió los ojos buscando ayuda para contenerse: una mirada sobria, un serio gesto de desaprovación... Giró levemente la cabeza como diciendo que no a la vez que comenzó a levantar la vista. Entonces se topó con la cara de Damián, que le pareció, en ese momento, la cosa más graciosa y pintoresca que en su vida había visto: Estaba a la vez sonriente, sonrojado, asustado y feliz. Parecía que, no sabiendo qué cara poner, ponía todas las caras del mundo a la vez. Ahí fué cuando Sor Ana, llevada de todos los demonios, rompió en una carjajada celestial, quiero decir, que se oyó hasta en el cielo de las ciudades aledañas.

Tal fué la súbita desvergüenza de la clériga que incluso tuvo que levantar las piernas para ayudarse en sus risotadas.

Y aquí, estimados lectores, es donde finalmente el cuento deja entrever, tanto a nosotros como a Damián, algo que podríamos llamar moraleja. Pues sucedió que, tan alto levantó la tímida Sor Ana una de sus piernas, que Damián pudo ver clarísimamente la moraleja del cuento, que debe ser la misma moraleja de la biblia cuando la leen estas monjas.

Como quien de pronto entiende un chiste, una espasmódica hilaridad se apoderó de Damián, por lo que cayó de pronto, y de bruces, en la misma moraleja del cuento que tan amablemente le había brindado Sor Ana. Ella se lo había entregado como llevada de un impulso divino y correcto; como cuando se da una limosna. Sin embargo, como cuando se da una limosna, al instante, Sor Ana se arrepintió. Bajó por eso las piernas algo bruscamente de modo que Damián quedó riendo, algo interrumpido, bajo la falda, que se cerró sobre su nuca. La respiración de la hermana se detuvo apenas un instante en que también abrió mucho los ojos y se puso seria. Sor Laura la miraba partiéndose de risa y señalando a Damián, como queriendo finjir ante Sor Ana que todo era un gracioso accidente vacacional, una anecdotilla para dar envidia a las otras hermanas. Sor Ana no sabía qué hacer, aunque pronto comenzó a sentir algo que parecía hacerla cambiar misteriosamente de opinión. De este modo siguió riendo e intentando, con poco brío, sacar a Damián de debajo de sus faldas.

Hacía tiempo que toda la escena transcurría sin palabras, entre carcajadas, gritos y ayes. No se sabe si por la emoción del momento, o si porque nadie sabía qué decir en mitad de aquella escena inaudita. Sin embargo sólo las monjas, que no tenían pelos en la lengua, pudiéron romper el silencio, con alguna frase:

-Sor Laura ¡quítame a Damián! dios mío, por dios, dios santo -exclamaba Sor Ana- dios bendito... quítamelo que me está ¡chupando!.

A lo que Sor Laura respondió arrojándose sobre Damián muerta de risa. No necesitó hacer más fuerza, pues era voluminosa y el simple peso de su cuerpo bastó para dar con Damián y con ella misma de espaldas en el suelo del jardín. Espatarrados, enrojecidos y algo mareados por la caida, rodaron un poco los por allí cerca. Que es hasta donde llega el final de este relato, ya que una moraleja por cuento será suficiente, tanto más la de la sapientísima y risueña Sor Ana, de quien Sor Laura era cómplice y partícipe.

Kepa Ríos Alday