
Esta complicación de tus caricias,
sopa de letras que resuelves con tinta de saliva,
esta enumeración de onomatopeyas del sentido
trabalenguas de indecorosos monosílabos:
Si, si, si, no, no, no, no. Ahhhh!.
Este no me mires así, que sube el precio del pan,
no me toques por el costado oeste,
que los vientos de barlovento
claman por un naufragio de pieles y fluidos.
Te amo, cuando en el clímax recuerdas
tus ecuaciones de segundo grado
y dibujas neperianos en mi espalda.
No quisiera morir, secarme en el medio exacto de tu pecho;
como las flores últimas que hoy no vendieron en la floristería. Recuérdame el camino que conduce a tu sexo,
tu mano sea mi Lázaro y me lleve al altar
donde no hay dioses que adorar, ni templos,
déjame que te rece plegarias imposibles en idiomas ignotos.
Centrifúgame a besos, agota la cordura,
no le pongas a los ayes nostalgia en las pupilas:
Sé mi guardián de nada, certero cancerbero, vate de mi semilla,
que tus manos almenen mi cintura.
Haz nacer entre mis piernas ríos aúreos.
Vísteme con tu sombra y tus líquidas estrellas,
despidamos al tedio, pongamos en cuarentena la rutina.
Recítame algún poema, cántame las 39 despedidas,
que tus palabras sean las reinas de mi dicha.
Alejandra Menassa